domingo, 23 de septiembre de 2007

Distráete.

Despejemos un poco la atención del que hacer cotidiano. Dejemos que los huevos se quemen en la sartén, que la ropa siga tendida mientras llueve, que las agujas del reloj avancen para no ir a trabajar, que el teléfono suene sin ser contestado. Distráete un segundo de lo que te rodea y préstate atención a ti mismo, el tiempo que quieras.

El tiempo vale oro, pero tú vales más, ¿no?

Continuar con esta rutinaria y agotadora forma de vivir tiene ningún sentido.Si crees que tus neuronas se han encendido, y la sensibilidad te recuerda que tus músculos están agotados, pues ve. No lo dudes, duerme la siesta.A los que aún mantienen la sonrisa hipócrita en el rostro y no comprenden que es lo que, en realidad, los motiva a continuar descifrando estas líneas escritas aun creyendo que son una completa porquería, les comento que pronto va a llegar el punto final de este primer y breve párrafo. Solamente ustedes deciden si es positivo continuar con la pesadilla que los traiciona cotidianamente.

Para bien o para mal, no son más que seres que han perdido la esperanza por completo. La esperanza de hacer sus propias vidas y confrontar aquello que no los permite realizarse. Traiciónense a ustedes mismos. Lo han hecho desde que decidieron cumplir roles establecidos. Traicionen, ahora, sus formas de vivir, pero sin olvidar traicionar también sus formas de comprender la vida y terminen por preguntarse si viven realmente o si solo están comprando aire. Punto.

¿Contentas señoras, contentos señores?
¿No iban a dejar ya de leer estas palabras ridículas?
¿Por qué tienen que hacer cosas que no quieren hacer?
¿Realmente quieren hacer algo?

Háganlo.Si quieres robar, roba. Es mucho más ético que trabajar y que te roben tu tiempo, tu fuerza, tu inteligencia. Es peor que te roben tu propia vida.Si deseas leer esto, léelo. Pero si toda esta acumulación de palabras improvisadas han terminado por aburrirte puedes dejarlas donde las hallaste o en algún otro lugar (in)útil, sea un tacho de basura, la canastilla del diezmo eclesiástico, atrapadas en un cajero automático o e las manos de la primera persona que te cruces en la calle. Puedes olvidarte de todas estas líneas. Haz lo que quieras, es lo que importa. Si tienes hambre, cómetelas. Si te provocaron nauseas, escupe al cielo y sin dejar de mirar hacia arriba.

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